Muchos factores como hormonas, proteínas y el entorno, afectan la forma y razón por la que las personas sienten menos hambre cuando hace calor.
Los científicos han estudiado durante mucho tiempo el impacto de la temperatura en el apetito. «Lo que sabemos es que las personas en ambientes más fríos consumen más calorías», dice Allison Childress, nutricionista y profesora asociada en la Universidad Tecnológica de Texas. Hay una razón biológica para esto. Las calorías son una unidad de energía, y quemarlas puede liberar calor, ayudando a las personas a mantener su temperatura corporal en climas fríos.
Pero cuando el invierno pasa y las temperaturas suben, la gente nota que tiene mucho menos hambre. La ciencia aún no ha determinado exactamente el mecanismo detrás de este fenómeno. Childress menciona que muchos factores influyen en la ingesta calórica.
Matt Carter, neurocientífico en la Universidad de Williams en Massachusetts, está de acuerdo. Según él, muchas variables, incluyendo hormonas, proteínas y factores ambientales, afectan la forma y razón por la que las personas sienten hambre, así como por qué esa sensación disminuye con el calor.
El cuerpo humano siempre intenta mantener estables sus condiciones internas, un proceso conocido como homeostasis. Por eso sudamos bajo el sol abrasador o bebemos agua después de un ejercicio intenso. El hambre también es parte de la homeostasis. Sentimos hambre cuando nuestro cuerpo tiene pocas calorías y nos sentimos llenos después de comer.
Muchos procesos de homeostasis se mantienen gracias a las hormonas, que actúan como «mensajeros» químicos en el cuerpo. Dos hormonas clave, la grelina y la leptina, juegan un papel fundamental en la sensación de hambre y saciedad. El estómago libera grelina cuando estamos hambrientos. La leptina, secretada por las células adiposas, informa al cerebro cuando estamos llenos.
Para influir en nuestras emociones y comportamientos, estas hormonas envían señales al hipotálamo, una región del cerebro que regula aspectos como la temperatura corporal, el hambre y la sed. Según Carter, en la base del hipotálamo se encuentra un conjunto de neuronas especializadas que coordinan las sensaciones de hambre y saciedad. Allí, la grelina estimula las neuronas asociadas al hambre, conocidas como AgRP. Por otro lado, la leptina las inhibe y activa las neuronas POMC, que generan sensación de saciedad.
No obstante, cómo la temperatura afecta a este complejo sistema aún requiere más investigación. El cerebro cuenta con sensores térmicos, que son proteínas que cambian de forma cuando el cuerpo alcanza cierta temperatura. Un estudio publicado en la revista eLife en 2020 descubrió que, en ratones, algunas células cerebrales transmiten información a las neuronas AgRP cuando la temperatura es baja, aumentando la sensación de hambre.
Otro estudio en la revista PLOS Biology en 2018 identificó que las neuronas POMC tienen un tipo de proteína sensor térmico que se activa con el aumento de la temperatura corporal. Sin embargo, según Carter, otros circuitos neuronales también pueden colaborar para influir en la cantidad de comida que consumimos.
«Los seres humanos tienen mecanismos biológicos que responden a las temperaturas frías y calientes, pero es importante saber que podemos ignorar esos mecanismos», señala Childress. A veces, las personas pierden la capacidad de escuchar las señales de su cuerpo, como comer en exceso o no comer cuando tienen hambre.
Childress destaca que en verano es crucial mantener el cuerpo hidratado, ya sea consumiendo alimentos ricos en agua como frutas y verduras, o bebiendo agua directamente. Curiosamente, los alimentos congelados como el helado pueden aumentar la temperatura corporal porque suelen ser ricos en calorías.